Cada vez se hace más evidente el clima de crisis que se respira dentro de la Iglesia Católica, institución campeona en cuanto a doble moral se trata, una de las razones principales es el alejamiento por parte de los que alguna vez fueron sus seguidores. Día con día son más los bautizados y educados dentro del catolicismo que se van distanciando de esa religión.
Joseph Ratziger (también conocido como el Papa Nazi) en su última visita al continente africano, una de las regiones del mundo más golpeadas por el virus de la inmunodeficiencia humana,dio muestra de una gran insensibilidad ante la terrible realidad que se vive en dicho continente. Ya son conocidas las absurdas declaraciones que realizo respecto al tema del VIH/SIDA y el uso del condón como método preventivo. La negación de este método equivale a condenar a los africanos a morir, si en un momento dado se llegasen a tomar en serio sus palabras.
Por otra parte está la férrea condena del Vaticano hacia el amor o el deseo que puedan profesarse personas del mismo sexo, a quienes ha condenado una y otra vez, otorgándoles un tratamiento de “leprosos”.
Una triste realidad: la Iglesia Católica ha sido campeona en fomentar la homofobía y los crímenes de odio hacia comunidades lésbico-gays, pero eso si, no paran en llenarse la boca acusando a gobiernos progresistas de fomentar la intolerancia hacia grupos cristianos, declaraciones que la mayor parte de las veces realizan sin el más mínimo fundamento.
El Vaticano siempre ha mostrado un total rechazo a los avances que los diversos grupos feministas han alcanzado a lo largo de sus luchas. El pasado 8 de marzo, en una declaración relativa al día Internacional de la Mujer trabajadora, Ratzinger declaró más en tono de burla que de otra cosa que las “lavadoras han sido una de las herramientas que más han contribuido en la liberación de la mujer”.
Sin embargo, la postura antifemenina del vaticano se ha hecho aun más expresa en cuanto se trata del derecho que tenemos todas las mujeres a decidir sobre nuestra sexualidad, nuestra maternidad y sobre nuestro cuerpo en general.
La excomunión a la que fue sometida una niña brasileña de 9 años, su madre y los médicos que le practicaron el aborto que se le practicó dan cuenta de la cerrazón que impera entre los jerarcas católicos.
No les importó que el embarazo haya sido fruto de la violación de su propio padre, ni mucho menos que por su corta edad su cuerpo no se encontraba aun listo para el parto de los gemelos que esperaba, ni mucho menos los traumas que una maternidad precoz hubiese podido ocasionarle, era más importante el castigo a esta pequeña, y así mostrarle a la sociedad la rigidez con la que se actuaría si se repitiese un caso como este. Claro que la rigidez sólo se aplicó a la pequeña, sobre el padre violador no se mencionó absolutamente nada.
Y por supuesto no podemos dejar de lado los niveles de corrupción, por muchos ya conocidos, que imperan dentro del Vaticano, la protección descarada que se brinda a las redes de pederastia, lo cual ha desencadenado en la impunidad que gozan los sacerdotes violadores.
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