Si una sola cosa queda claro en esta nación es que las niñas y los niños son odiados. Ah, no usamos esta palabra para describir nuestra relación con ellos, pero si examinamos con honestidad las interacciones, encontramos que sería difícil describirlas de otra manera que no sea del odio.
Durante varios meses he estado leyendo, estudiando y considerando el sistema de educación pública de la nación. He leído los clásicos en el campo, como el libro de Jonathan Kozol de 1967, Death At An Early Age (La muerte en una edad temprana), un impactante relato de sus años como ¡suplente permanente! en las escuelas para la población negra de la comunidad Roxbury en Boston, donde llevaron a las niñas y los niños a los sótanos fríos y húmedos para golpearlos con palos de mimbre.
Pero lo que pasó en esos oscuros sótanos, que sin lugar a duda era dramático y deplorable, no podría ser mucho peor que la sistemática carnicería cerebral contra decenas de miles de niñas y niños quienes eran “mentalmente decapitados” por un sistema escolar racista y separado.
A decir verdad, un estudio de cualquier ciudad grande de Estados Unidos hubiera producido resultados similares ––Harlem, Chicago, Filadelfia, Baltimore–– porque el índice nacional de abandono escolar prematuro es 50%.
Las escuelas públicas son lugares a donde van los niños y niñas para que el sistema educativo les mate a la mente y el alma.
¿Y qué es la guerra sino el sacrificio de los jóvenes a mano de los viejos en batallas que a menudo no tengan sentido? ¿Qué es la llamada “guerra contra el terror” sino una absurda consigna utilizada para vender mentiras como las “armas de destrucción masiva”?
¿Y qué son los soldados sino niños en su mayoría, moldeados para ser lunáticos que pelean y mueren para que los viejos ricos puedan enriquecerse aún más?
Diariamente drogamos a millones de niñas y niños escolares, algunos que apenas tienen 4 años, con el ritalin porque decimos que son hiperactivos o que padecen el síndrome de atención deficiente, el cual significa que no se mantienen quietos mientras los aburrimos a muerte con lo que llamamos en broma “la educación”.
“Para los niños” dejamos un planeta envenenado y enfermo, una economía que camina con muletas y un mundo que hierve con odio a los padres.
¿No es hora de que dejemos de hacerles daño a las niñas y los niños?
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